jueves, 7 de diciembre de 2006

La quema de libros en la FECH en 1920 - De Felipe Portales

La Nación, jueves 7 dic 2006
TRIBUNA
Quema de libros

Felipe Portales

Toda quema de libros constituye una acción bárbara destinada simbólicamente a destruir la inteligencia y la cultura del ser humano. Por eso que debiera escandalizarnos la quema de más de mil de ellos almacenados en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, efectuada por protestantes encapuchados, supuestos “estudiantes” de esa casa de estudios.

Desgraciadamente, no es la primera vez que esto sucede en Chile. Con el agravante que en oportunidades anteriores la extensión del fenómeno ha sido mucho mayor y -lo que es peor- había sido ordenado, azuzado o avalado por las más altas autoridades de nuestro país.

Fue el caso de la profusa quema de libros realizada por la dictadura luego del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, al estilo de la decretada por los nazis en Alemania después de su llegada al poder en 1933. Asimismo, al igual que en el país centroeuropeo, ella fue acompañada de feroces persecuciones que incluyeron el asesinato de miles de opositores políticos. Precisamente, la visión mundial por TV de la quema de libros de 1973 fue uno de los factores que gatilló el fuerte repudio universal de nuestra dictadura. Y pese a que la derecha chilena apoyó con entusiasmo todo ello, no deja de llamar penosamente la atención las expresiones minimizadoras de dicha barbarie emitidas recientemente por el presidente de la Academia Chilena de Historia, Fernando Silva Vargas, al referirse a las obras incineradas como “folletería marxista” (“El Mercurio”; 30/11/2006).

Fue también el caso del asalto al local de la FECH y la quema de su biblioteca efectuada a plena luz del día en julio de 1920 por una turba de jóvenes “estudiantes” de derecha, azuzados desde el propio Palacio de La Moneda por el senador oficialista Enrique Zañartu Prieto, en reacción al llamado a la serenidad a las autoridades realizado por la Federación de Estudiantes respecto del patrioterismo bélico desatado por el Gobierno de Sanfuentes en contra de Bolivia y Perú, debido a una supuesta amenaza conjunta a nuestro país. Amenaza que históricamente se comprobó como una prefabricación gubernativa, en el contexto de los intentos por impedir el reconocimiento del triunfo de Arturo Alessandri en las elecciones presidenciales de 1920. Por lo mismo, el pueblo la motejó como “la guerra de don Ladislao”, en referencia al ministro de Defensa de la época, Ladislao Errázuriz.

En este año en que se conmemora el centenario de la FECH, es en particular interesante recordar el mordaz y vívido relato de aquella atrocidad, efectuado por Carlos Vicuña Fuentes: “…Una pirámide altísima de libros perniciosos fue quemada allí mismo (en la calle Ahumada), a la una y media del día, a dos cuadras de La Moneda, a media cuadra de la Alameda, a tres cuadras de la Plaza de Armas, el día 21 de julio de 1920… Las llamas calmaron a la muchedumbre empatriotecida, que empezó a preocuparse de alimentar el fuego para que ningún libro se escapase: allí se quemaron “La Biblia” y el “Nuevo Testamento”, “El Quijote” y las “Novelas Ejemplares”, las “Comedias” de Aristófanes y las “Odas” de Horacio, “La Ilíada” traducida por Leconte de L’Isle al lado del “Ideario” de Ulianov (Lenin). Pero los grandes pecadores eran pocos junto a los poetas inofensivos: Rubén Darío, Verlaine, Francis James, Mallarmé, Sully-Prudhomme y a las poetisas americanas: Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni” (“La tiranía en Chile”, Lom Edic., 2002, p. 127).

Además, ¡parte de la prensa aplaudió el asalto y la quema de libros! Un grupo se hizo fotografiar para la “Revista Zig-Zag” con “trofeos” del vandalismo. A su vez, “El Diario Ilustrado” del 22 de julio señaló que “el público aplaudió con delirio… el tremendo pero justísimo castigo, aplicado a los hijos desnaturalizados de la patria”. Por otro lado, el Gobierno le canceló días después la personalidad jurídica a la FECH y los tribunales de “justicia” ordenaron el arresto y proceso de sus principales líderes.

Esta barbarie trascendió las fronteras y suscitó una indignada carta de solidaridad de Miguel de Unamuno, que ningún diario chileno quiso publicar: “¡Orden! ¡Orden! Claman los accionistas del patriotismo, los fariseos como aquellos que hicieron crucificar a Cristo como antipatriota… He visto que se les acusa de vendidos a la plata peruana. No podían acudir a otra argucia. Es lo de todas partes. Esos accionistas del patriotismo no se explican actitud ninguna, sino por el dinero que es su único dios… Y veo que los más de esos asaltantes eran ¡estudiantes! ¡No estudiosos, claro! Estudiantes de patriotería. Conozco a esos tristes estudiantes, cachorros de la oligarquía plutocrática y accionista del patriotismo. Su odio es la inteligencia. Por encima del océano, tumba de tantas esperanzas y cuna de muchas más, les tiende una mano trémula y cálida. Miguel de Unamuno” (Carta publicada en marzo de 1921, en la revista de la FECH).

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