viernes, 1 de diciembre de 2006

Esos viejos libros, por Mauricio Fuenzalida prof. dpto. Lingüística

Realmente la noticia es muy triste.
Recuerdo mis años de estudiante, cuando terminaba la carrera de literatura, y la facultad bajaba por primer año a macul.
Si nos hubiéramos quedado en la reina, está claro, nada de esto hubiera pasado. En aquellos cerros adonde nunca llegaban los pacos, así la calle estuviera cortada una hora.
El estudiante vivía sus momentos de fantasía tomándose la avenida larraín, a un costado de la academia de guerra, desde donde se dirigen los golpes de estado en este país. Los centinelas miraban con escasa curiosidad, perdidos a la distancia, entre los queltehues.
Si nos hubiésemos quedado en la reina, seguiríamos mirando los atardeceres y los aviones aterrizando en el aeródromo de tobalaba. Tendríamos totem aún. Pero así es el progreso de las mayorías.
Voté en contra.

Entonces una de las cosas que más me inquietaba era la literatura chilena. La leía afanosamente y recorría las viejas librerías reconstruyendo la estela de nascimentos y zigzag y orbes, colección la honda y demases. Hasta la crítica me interesaba en mi arqueología: latcham, montenegro.
Era inevitable que un buen día me interesara el siempre despreciado movimiento criollista.
Despreciado en primer término por varios compañeros ensoberbecidos que presumían (y aun presumen, algunos) de poetas. Dudo que hubieran pasado nunca de una primera lectura. ¿Ignorancia? Es un concepto que se puede discutir.

Tras las dificultades iniciales pude disfrutar páginas hermosas en latorre, o en durand.
No fueron escritores considerados en mis fugaces ramos de literatura chilena, sino como un contexto para otras materias Parecían parte de una tradición ya sumergida.

En muchas ocasiones tocaba sacar un libro de la biblioteca para algún ramo y estaba firmado por mariano latorre. Muchas veces dedicado. O bien se lo habían dedicado a él.
Era algo especial.
Se sentía algo de ese hay tierras que uno quisiera estrechar contra su corazón. Estaban allí esos personajes, los que se van.

Como sacar un libro de la colección Ricardo Latcham. Eso fue lo bueno de llegar a macul. Que la colección de Latcham quedó a la vista. Uno podía pasearse por las vitrinas mirando una colección con literatura ordenada por cada uno de los países latinoamericanos. Llenos de novelas y libros de cuentos de las décadas de los 30, de los 40, de los 50. Esa literatura difícil de encontrar –solo en la central de la chile se podía encontrar volúmenes parecidos-: la escuela de Guayaquil, por ejemplo. O literaturas centroamericanas, caribeñas, escasas en otras colecciones.

Sé bien que entre los que de mi generación salían a la calle, esos libros hubieran sido robados, no quemados. Es decir, habrían seguido con vida.
Seguramente hubieran llegado a san diego o al persa, así como a menudo llegan libros de nuestra universidad. Otra manera muy distinta de llegar a la calle. Con vida.

La biblioteca de don Óscar Godoy Reyes también fue robada, al fallecer a los ochentitantos y mientras su cadáver se podría por una semana en su casa de calle Arica 3539. Bibliotecario del INBA y profesor de castellano, recordaba lleno de cariño a su profesor del peda don Mariano (así era como lo llamaba), que entre otras materias le había hecho clase del Quijote.
No sé cómo, hasta se había conseguido un busto de don Mariano, que solía estar sobre el televisor. También a su perro le puso mariano. Aunque es verdad que primero se llamó pablo neruda y después terminó llamándose ven.
Con veneración exclamó ¡Una solapa de Mariano Latorre! cuando le regalé Regresó la sirena, una separata mugrienta de Las uvas y el viento de Neruda que estaba en la casa de mis padres, con palabras de Latorre, en la que con propiedad se llamará solapa.

Don Mariano, uno de nuestros primeros premios nacionales. Don Óscar decía que todos los primeros premios nacionales eran muy recomendables de leer.
Mapu se llama uno de sus libros, si no me equivoco (no confirmaré las citas eruditas, disculpen la falta de ánimo y recursos, donde creo recordar relatos indigenistas, es decir, de opresión). ¿O era en Tierra de mallines?
Latorre se preguntaba por qué en Chile no había surgido una tradición de literatura indigenista importante. Y esbozaba una respuesta.
Bueno, nada de eso está definitivamente quemado, así que se puede consultar en sus memorias y otras confidencias. Así tal vez, felizmente, se podría evitar otro acto de ignorancia.

A veces encuentro un libro de don Oscar en San Diego.

¿Será que la violencia se apareja con la ignorancia? Matar a un judío, esa idea, así en abstracto, creo que no estará en el horizonte de alguien que haya aprendido algo de hebreo o de su cultura. Matar a un palestino tampoco será idea de alguien que haya conocido su lengua, o su cultura (¿No habrán quemado alguna gramática mapuche, también? Tal vez varias).
Tirarle una piedra a un paco. Bueno ¿y después de haber leído Chicago chico?
Hay estereotipos. ¿Ignorancia?

Es verdad que a los 17 yo andaba pensando en quemar el archivo nacional, valga la autocrítica. Claro, pero si solo dejan entrar desde los 18 y hay que ser investigador más encima.

Si se hiciera un acto de desagravio, yo iría para leer al público presente El Finadito o bien el primer relato de la Isla de los Pájaros, de don Mariano. No son nada breves, pero son buena literatura, a mi parecer. Aunque sus libros nunca se hayan puesto de moda.

Dice un profesor, al que considero mi amigo, que la universidad no es ni más ni menos que el resto de la sociedad. Es exactamente igual a ella. Contiene todos sus vicios y virtudes. Así es sin duda. No hay nada de ideal en ella. Se constata a diario.

Bueno, Mario. De los años ochenta, te recuerdo como uno de los dirigentes estudiantiles decentes. Que fueron pocos.
Todo mi respeto y un saludo, a la distancia.

Mauricio Fuenzalida
Departamento de Lingüística

1 comentario:

Unknown dijo...

Mis respetos a su publicación. Una grata sorpresa.